27 julio, 2009

Eiztari-Beltza, la leyenda del cazador negro


He elegido esta leyenda por ser una de las más conocidas en Euskadi y Navarra. Como ocurre con otras muchas leyendas, existen numerosas versiones de la misma historia dependiendo de la zona de la que proceda, por lo que me ceñiré a la versión más extendida.

El antropólogo y escritor Julio Caro Baroja describe a este ser como "un jinete que en las noches de vendaval, cuando los robles y los castaños seculares gimen de modo amenazador, pasa veloz con su jauría persiguiendo a una liebre que nunca alcanza". Dependiendo de la versión de la leyenda, este jinete recibe diversos nombres, el más conocido Eiztari-Beltza, pero otros nombres que recibe son Salomón apaiza, abade txakurra, Mateo Txistu, Martin abade, Juanito Txistularia, Salomón Erregea, etc.

La tradición cuenta que, mucho tiempo atrás, hubo un clérigo de un pequeña iglesia del monte Udala que tenía una gran pasión: la caza. Era conocido por su mal carácter, y, quizás debido a las pocas ocupaciones que tenía en su pequeña parroquía, o por su falta de interés, dedicaba la mayor parte del día a salir por los campos y montes en busca de piezas que cazar. Tal era su obsesión que, con el paso del tiempo, fue descuidando cada vez más sus obligaciones eclesiásticas para dedicarse en cuerpo y alma a la caza.

Acudía a celebrar su misa diaria acompañado de sus perros, que dejaba atados al pórtico de la iglesia, con el fin de no tener que perder tiempo y, una vez terminada la ceremonia, salir disparado para poder continuar con su cacería. Ya ni siquiera se molestaba en preparar sus sermones o en acudir en ayuda de algún feligrés necesitado, apareciendo cansado, sucio y distraído a oficiar la misa. Sus parroquianos, molestos por la falta de interés del sacerdote, habían decidido tomar cartas en el asunto y elevar una queja al obispo, aunque no llegaron a hacerlo.

Una mañana, durante la misa diaria, mientras el sacerdote sostenía el copón sacramental con las hostias, una liebre pasó por delante de la iglesia, haciendo que los perros empezaran a ladrar furiosamente. El sacerdote se paró en seco, se le iluminó la cara, y, sin poder resistirse, salió corriendo tirando el recipiente sagrado y todo lo demás al suelo en su frenética salida, montó su caballo y salió en busca de la liebre acompañado de sus perros y dejando la ceremonia religiosa sin concluir.

Los feligreses, alarmados por el comportamiento del sacerdote, esperaron al cura esa noche en la casa parroquial. Pero no regresó. Ni a la noche siguiente. Ni al año siguiente. Nunca volvieron a ver a aquel hombre.

Al poco tiempo de la desaparición del sacerdote, la gente del lugar empezó a oír que, en noches señaladas, como puede ser la de San Juan o la de San Silvestre, o en noches de tormenta, se veía por los campos a un cazador vestido con sotana negra montando a un caballo diabólico con ojos de fuego, que, acompañado de una jauría de perros furiosos, había sido condenado a perseguir eternamente a una presa que nunca lograba coger.

Muchas versiones afirman que aquella liebre era el propio diablo que había adoptado esa forma para conseguir que el párroco abandonara sus sagradas obligaciones y condenar de esta forma su alma.

La leyenda afirma que la maldición se romperá el día que el sacerdote logre vencer su obsesión por la caza y, al pasar por delante de una iglesia, abandone la cacería y termine la ceremonía que dejó a medias.

Otras versiones afirman que el sacerdote, como castigo por su pecado, fue transformado en perro y obligado a pertenecer a la jauría del rey Salomón.

Dependiendo de la versión, el sacerdote es un rey-cura, un abad de un monasterio o un arcipreste catedralicio.

Por último, señalar que algunas versiones lo convierten en una especie de dios vasco, hermano de la diosa Mari. Según Fernando Sánchez Dragó, esta figura fue cristianizada durante el período de la Alta Edad Media en las tierras vascas del sur y en la Rioja, dando lugar a la figura de Santiago Matamoros, el santo de la reconquista.

Espero que os haya gustado.

Un beso a todos,